Rocío Ayuso / Tommaso Koch
Los Ángeles / Madrid
“No es precisamente Disneylandia”. Así resumió la prensa alemana la edición de este año del prestigioso Festival Internacional de Cine de Animación de Stuttgart. Al fin y al cabo su ganador, Kaputt (Broken),
de Volker Schlecht, fue un documental animado sobre los trabajos
forzados de las presas políticas de la Alemania del Este. Y el certamen
incluyó obras como Estate (Summer), de Ronny Trocker,
que daba vida a la crisis de los refugiados animando una fotografía que
Juan Medina tomó para Reuters en la playa canaria de Gran Tarajal. Como
describió a EL PAÍS el director del festival, Ulrich Wegenast, la
muestra no es más que el espejo de una tendencia cada vez más presente
en el campo de la animación, cargada de contenido social como nunca.
Tiene incluso nombre, animadoc, neologismo que describe los
dibujos más allá del cine infantil. “En imagen real se siguen
produciendo grandes documentales pero la animación ofrece otra forma de
pensar, de ver el mundo, que en ocasiones puede funcionar mejor”,
explica Schlecht.
Su opinión coincide con otro de los cineastas más conocidos en esta fusión entre la fantasía animada y el realismo documental: Ari Folman, ganador del Globo de Oro a la mejor película extranjera con Vals con Bashir
(2008). “Solo fui capaz de contar una historia así con animación”,
aseguró a este diario. No tenía experiencia previa en ese campo pero en
los dibujos encontró el vehículo para narrar un “mosaico de recuerdos” y
vivencias demasiado personales para él y para toda su generación sobre
la incursión israelí en Líbano en 1982 que llevó a la matanza de Chabra y
Chatila. Un ejemplo que ahora sigue 25 April, de Leanne Pooley, sobre la cruenta batalla de Galípoli en la Primera Guerra Mundial.
Last Day of Freedom, en cambio, sí llegó a la gala. Compitió, este año, por el Oscar al mejor documental, contando gracias a los dibujos
las trágicas vivencias de Manny y Bill Babbitt. Una odisea inquietante
entre el infierno de Vietnam, la esquizofrenia y dilemas morales
salvajes. “La animación permite acercar al público a una historia que le
molesta y que de otra manera rechazaría”, explicaba a este diario Nomi
Talisman, codirectora del corto, que nació como proyecto de videoarte. Y
destacaba otra clave del género: poder mezclar a su antojo la
entrevista con Bill con la recreación dibujada de sus recuerdos. La
misma idea que permite a Life, animated mostrar en la pantalla miedos y pensamientos de su protagonista.
Otra joven icónica protagoniza He Named Me Malala,
que aspira a dibujar una huella en el espectador con el periplo de la
más joven Nobel de la Paz de la historia. El documental incluye varios
fragmentos animados, tanto que, aunque no fuera más allá de la
preselección en los Oscar, obtuvo el Annie (los premios más prestigioso
de la animación de EE UU) al mejor proyecto especial.
Eso sí, los llamados animadocs no siempre tienen que ser tan dramáticos. Bastien Dubois aunó en su cortometraje candidato al Oscar, Madagascar, Carnet de Voyage
(2010), sus dos pasiones, el viaje y la animación, documentando su paso
por la isla con sus dibujos. “Entiendo que lo llamen documental porque
tiene muchos elementos reales pero al final es una fantasía que más que
educarte te transporta a otros sitios”, describe de una técnica que ha
llevado a la televisión con la serie Faces from Places.
Al fin y al cabo, la idea de fundir el mundo animado y el documental
siempre ha existido. Schlecht cita otros autores como el sudafricano
William Kentridge o el checo Jan Svankmajer -especialmente su análisis
de la exChecoslovaquia en The Death of Stalinism in Bohemia
(1990)- como sus referentes. Y su proliferación la achaca a que las
nuevas generaciones de cineastas son más afines al cómic y “buscan
nuevas formas de contar una historia más allá de la imagen real”. Es
decir, lo mismo que logró Winsor McCay, aunque 90 años antes. El
considerado el padre de los dibujos animados documentó en 1918 El hundimiento del Lusitania, un barco destruido en el Atlántico por torpedos alemanes. El proyecto le costó dos años. Y 25.000 dibujos a mano.
Europa no está tan animada
Un reciente estudio del Observatorio Audiovisual Europeo ha intentado
resumir en unas doscientas páginas llenas de datos el estado de la
animación en Europa. Entre otras cifras:
El 14,7% del público que acudió al cine en Europa entre 2010 y 2014 (último dato disponible) fue a ver un filme de animación.
A lo largo de 2014, se estrenaron 188 películas de animación en la UE, de las cuales 107 producidas en el viejo continente. Sin embargo, apenas lograron una cuota de mercado del 20%, frente al 71,6% para los 44 filmes de EE UU.
Las películas de animación europeas ganaron más ingresos fuera de sus fronteras: en media, solo el 36,3% de la recaudación procede del país de origen del filme.
España fue el quinto mercado europeo (el décimo a nivel mundial) por asistencia a filmes de animación, con 15,44 millones de entradas vendidas. El primero en Europa es Reino Unido, con 33,46 millones.
El 14,7% del público que acudió al cine en Europa entre 2010 y 2014 (último dato disponible) fue a ver un filme de animación.
A lo largo de 2014, se estrenaron 188 películas de animación en la UE, de las cuales 107 producidas en el viejo continente. Sin embargo, apenas lograron una cuota de mercado del 20%, frente al 71,6% para los 44 filmes de EE UU.
Las películas de animación europeas ganaron más ingresos fuera de sus fronteras: en media, solo el 36,3% de la recaudación procede del país de origen del filme.
España fue el quinto mercado europeo (el décimo a nivel mundial) por asistencia a filmes de animación, con 15,44 millones de entradas vendidas. El primero en Europa es Reino Unido, con 33,46 millones.